Resiliencia es una palabra que tiene su origen en la metalurgia, se define como resistencia, un orden que determina la capacidad de un material para soportar una fuerza aplicada a él. Es el punto máximo posible de explotar el potencial de un metal sin que sufra depredación. Un ejemplo, el acero inoxidable, demandado en la industria por su resistencia a las altas temperaturas y las diferentes condiciones ambientales.
En agronomía se utiliza la palabra resiliencia, encontrando que las plantas más resilientes son aquellas consideradas “malezas”, que pueden ser invasores u hospederas a su vez de plagas de insectos resilientes. En Nicaragua, una maleza muy conocida es la gramínea denominada “el coyolito”, su capacidad de vivir en latencia mientras no hay condiciones eco-climáticas, le permite estar invisible por años, hasta que llueve. Es una maleza rica en proteínas en su raíz, alimento para ganado muy bueno, incluso el ser humano puede obtener alimentación de su gran almacenamiento de energía en la raíz. Todas las plantas tienen sus bondades, lo que conocemos como maleza suelen ser plantas medicinales, alimentos proteicos, fuente de hierro y provitaminas.
El potencial medicinal y alimenticio, de las malezas resilientes en Latinoamérica aún no puede describirse en su totalidad, la flora es abundante y muchas se han perdido, debido a: la tala indiscriminada, la agricultura y ganadería extensiva, cultivos de uso agroindustrial como el tabaco que acaban incluso con la resiliencia del suelo y los seres humanos.
En los seres humanos la resiliencia puede ser física y psicológica. La física se refiere a personas, que aun en condiciones de mala alimentación son resistentes a enfermedades y condiciones ambientales extremas. La psicológica es la capacidad de adaptarse a las condiciones adversas, asumiendo con flexibilidad los cambios, se transforman y asumen nuevos retos constantemente.
El estudio de la resiliencia en los seres humanos es importante, sobre todo en esta época moderna, donde el narcisismo de la tecnología alcanza niveles peligrosos para la vida misma. ¿Estamos construyendo sociedades resilientes? Aquí cabe un cuestionamiento, ¿la resiliencia se construye o se nutre? ¿Es genética o es construida?
La resiliencia en los metales y las plantas, es una característica propia, cuya información se ha venido transfiriendo de una generación a otra. ¿Heredamos resiliencia? En los genes viene la información, la cultura aporta y la crianza nutre.
En las comunidades rurales la resiliencia es más observable, que las comunidades urbanas, pese a que de forma permanente se enfrentan a los grandes depredadores o come tierra. La resiliencia de la comunidad rural se nutre de su contacto con la naturaleza y una cultura que se auto regenera, que transfiere sus saberes y nutre su resiliencia a partir de la colectividad.
La resiliencia en las comunidades rurales, de forma similar a las plantas, presentan características de la autopoiesis, tienen capacidad de autorregenerarse, son independientes, autónomos y establecen relaciones internas y externas. Pese a que en muchas comunidades rurales de Latinoamérica se han presentado eventos que amenazan con la ruptura de los tejidos sociales, estos se autorregeneran, transmutan y evolucionan. Para que las comunidades rurales tengan todas esas características autopoiéticas, se nutren de resiliencia, es algo vital y sumamente importante. La naturaleza provee estos espacios sanos, de pronto niños y niñas tienen ambientes más propicios para aprender en sus escuelas, cuentan con un imaginario poderoso, que les impulsa incluso a migrar y llevar una vida plena en su país destino.
Cuando estudié Ingeniería en Sistemas de producción agropecuaria, una de las asignaturas que más llamó mi atención fue “malezas”, eso me permitió conocer las cualidades poderosas de estas pequeñas plantitas que crecen, después de altas y bajas temperaturas, que han desarrollado sustancias alelopáticas que repelen a los insectos, que pasa el sol y a la primera lluvia emergen con abundancia.
Muchas comunidades rurales no parecen ser resilientes, tal como las malezas, los observadores externos y defensores de la agricultura extensiva, no reconocen la bondad con la cual cultivan en laderas, utilizando técnicas tan antiguas como el espeque y el arado, son estas mujeres y hombres los que se encargan de la soberanía alimentaria. Mientras en los países desarrollados tienen que esperar a que sus alimentos lleguen a través de los barcos, en estas pequeñas comunidades rurales, se autoabastecen de la comida que cosecha y realizan intercambios con los mercados locales. Entre todos, pequeños y medianos productores, mujeres y hombres trabajando, abastecen el mercado local de comida fresca y en la medida de lo posible más sana.
En la medida que la resiliencia en las comunidades rurales sea algo natural y abundante, que no necesita más que la cultura endógena, para proveerse, la soberanía alimentaria seguirá siendo una realidad en países como México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, así como en otros países de América del Sur. Durante la década de los años noventa, a través de organizaciones financiadas por Organizaciones internacionales, se hicieron estudios sobre resiliencia, capacidades de sustentabilidad, producción y comercialización. Existen diferentes escenarios para estas comunidades, no obstante, todas tienen en común la resiliencia. Esa capacidad innata de resistir desastres naturales, conflictos sociales, enfermedades y otras adversidades. No obstante, la demanda acelerada de los grandes depredadores que necesitan satisfacer la sociedad de consumo, tiende a ser la plaga más dañina, amenazando con exterminar todo vestigio de vida sana en cualquier parte del planeta.
Cuidar el bienestar y la cultura que se conserva en las comunidades rurales, es un reto para todos los países, para garantizar la sobrevivencia alimentaria. América Latina cuenta con recursos abundantes para sostener la alimentación.
En conclusión, mucho se estudia sobre las características de la resiliencia, pero poco se publica con relación a las grandes amenazas que acechan a las comunidades resilientes. Hacerlas un atractivo turístico no es la respuesta, es respetarlas en su integridad y lo que representan para la sociedad.