Por: Fredys Leonel Martínez Pastrana
Educador Popular
El reciente retorno del bipartidismo en Honduras no es un simple reacomodo electoral. Es, más bien, la manifestación de una ofensiva política y mediática cuidadosamente diseñada para restaurar el viejo orden neoliberal que ha gobernado y desangrado al país durante décadas. Lo que estamos presenciando es la victoria temporal de una estrategia que combina manipulación cognitiva, debilidad organizativa y la persistente influencia de grupos económicos que, desde
hace más de un siglo, han tratado a Honduras como su feudo privado.
Quien observe este fenómeno en clave superficial corre el riesgo de pensar que el pueblo hondureño “eligió volver” al bipartidismo. Esa lectura ignora los profundos mecanismos de control ideológico que operan sobre una ciudadanía que rara vez ha tenido acceso a educación política crítica. Paulo Freire lo dijo con claridad meridiana: los pueblos privados de formación liberadora son vulnerables a adoptar como propias las visiones del opresor. Honduras es un ejemplo dolorosamente vigente.
Durante los últimos años, se desplegó en el país una guerra cognitiva que utilizó los medios masivos, redes sociales y centros de opinión para instalar miedo, confusión y desesperanza. Como advertía Noam Chomsky, la fabricación del consenso es el instrumento predilecto del poder cuando necesita desactivar los brotes de rebeldía. En Honduras, esa maquinaria operó sin descanso: toda propuesta alternativa fue caricaturizada como amenaza, mientras se presentaba al bipartidismo como la única opción “responsable” y “realista”.
Pero el retorno del bipartidismo no habría sido posible sin la ausencia de un proyecto popular suficientemente sólido, articulado y territorializado. El intento de avanzar hacia un Estado de corte del socialismo democrático, con mayor intervención del Estado, recuperación de servicios públicos y apuesta por la soberanía, careció de estructuras pedagógicas y organizativas capaces de sostener la batalla cultural. La dispersión, los conflictos internos y la poca capacidad para
disputar el sentido común debilitaron un proyecto que pudo haber significado un punto de inflexión en la historia hondureña.
El resultado está a la vista: el neoliberalismo vuelve a posicionarse como modelo dominante, disfrazado de pragmatismo, modernización o eficiencia. Y, como bien señala David Harvey, el neoliberalismo no es simplemente una doctrina económica; es una maquinaria de despojo que convierte derechos en mercancías, pueblos en mercados y territorios en zonas de saqueo. ¿Qué implica esto para el pueblo hondureño? En primer lugar, la profundización de la privatización de bienes y servicios esenciales. El agua, la energía, la salud y la educación seguirán siendo espacios de lucro para las élites económicas y corporaciones transnacionales. En segundo lugar, mayor precariedad laboral: flexibilización, salarios insuficientes y migración forzada. Y en tercer lugar, algo que Atilio Borón subraya frecuentemente: la militarización como herramienta para contener el descontento social cuando las condiciones de vida empeoran.
Sin embargo, sería un error pensar que este retroceso es definitivo. La historia latinoamericana demuestra que los pueblos, incluso después de duras derrotas, logran recomponerse, reorganizarse y disputar nuevamente el poder. ¿Qué se necesita en Honduras para que ésto ocurra?